miércoles, 11 de mayo de 2016
Abrí la puerta y entré en mi casa, pero hallé un hogar.
Esta vez, al cruzar la puerta el olor era diferente. Una mezcla de recuerdos tan olvidados que no sé si pertenecen a un pasado de infancia o a un pasado anterior.
Un olor a madera y a familia inundó primero mi nariz, luego mis pulmones y por último mi corazón,
Creí reconocer el olor de mi estirpe, de mi familia, de una familia que apenas recuerdo.
Ese olor penetrante a madera húmeda, a viejo, a carencias materiales y excesos de amor.
A montañas verdes y verdes praderas, al arroyo que pasaba frente a la casa, a las flores silvestres de primavera.
Las palabras que apenas recuerdo. Aquella fuente redonda entre mis manos que contenía algo que no recuerdo. El miedo y la emoción al saberte inmerso en mi trabajo, en tu enseñanza.
La distancia prudencial entre dos almas que saben que son una sola convenientemente separadas en aquel aquí y ahora.
El último recuerdo, el último momento, ese intenso olor a tierra mojada y a prado verde bajo mi cara, mi cuerpo paralizado, mis pensamientos desvaneciéndose al mismo tiempo que el miedo, tu figura agachada junto a mí, con la mirada perpleja. -¿Qué ha pasado?, fue mi último pensamiento,- algo ha salido mal, recuerda esto, voy encontrarte, fueron tus últimas palabras.
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