Va acabándose el invierno y el Sol brilla con más fuerza allá en lo alto.
Todavía las noches son demasiado largas, aun me puede el sueño por las mañanas, todavía es momento para desconfiar.
Sin embargo algo parece tirar desde las profundidades de la tierra, silenciosamente.
Brotan algunos tallos verdes, imagino que allá abajo, las raíces de los árboles son como un sistema nervioso, que aflora en la superficie cuando el Sol reclama su momento.
Las nieves van derritiéndose en las cumbres, formando limpios ríos que riegan ese sistema nervioso.
Algunas aves regresan a casa anunciando la nueva estación.
En la cuidad, las personas siguen las mismas rutinas, aparentemente impasibles ante esta mañana diferente.
Siguen contaminando los limpios ríos que riegan la tierra, ensuciando el aire limpio que los pulmones de la tierra nos proporciona cada amanecer.
Sale el Sol delante de sus ojos, día a día y se pone en sus coronillas pero las personas solo ven pasar las horas.
Intenta la Luna hablarnos de nosotros mismos, baila en creciente, como una niña feliz, emprendedora, nos alumbra y nos protege de la oscuridad en llena como una madre, se aleja y se encoge en menguante llevándose la vitalidad y los excesos como una vieja, para terminar desapareciendo y renacer otra vez en niña.
Pero las personas alumbran sus calles en las noches y olvidan que tienen un cielo sobre sus cabezas, un cielo que les habla.
Gritan los bosques con su ronca voz de sierras mientras los árboles centenarios caen sin ser mirados y toda su vida y su historia, olvidada y arrasada. Cada vez que inspires aire recuerda quien te lo proporciona.
Cuando de la tierra brotan los tallos de ese imaginario sistema nervioso, brotan en mi cuerpo también desequilibrándome, llenándome de algo parecido a la alegría o a la tristeza, a la nostalgia o a la esperanza.
Solo necesito estar acorde con todo esto, no pasar por la vida desapercibida como la luna y sobre todo no olvidar lo que Soy y donde estoy.
Vega
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