sábado, 5 de enero de 2013
Carta a un amigo IV
Siento que la distancia se alarga con cada día, con cada luna, con cada silencio.
Las mismas caras se difuminan con el paso del tiempo.
Una sonrisa se pierde a lo lejos, una sonrisa que un día decía algo y hoy cuelga inerte en una foto en la pared, la misma pared que una noche intentamos tirar a fuerza de intentos desconfiados, de medias verdades y golpes de pluma o de tecla.
Ya no suenan las notas del piano, el ruido, la gente. Todo quedó lejos en solo unas horas que parecieron días, o tal vez fueron días convirtiéndose en meses.
Ya no importa el tiempo pues a partir de hoy es ahora, desde esa misma noche en que cesaron los ruidos.
La gente aparecía difusa ante mis ojos, como si todas aquellas personas fueran desconocidas de repente. Fue como mirar a través de un papel traslúcido y tratar de distinguirlos, de tocarlos, de hablarles, pero me resultaba imposible.
Una oscura noche llegó tras la puesta de sol, la noche más oscura que jamás he visto, sin estrellas, sin luna, sin nadie. Todos estaban allí y en cambio no había nadie. Reinó entonces un gran silencio, aquí y allí, una desconexión brutal golpeaba mi corazón y mi conciencia, como si hubieran muerto todos los dioses y hubiera quedado la fe huérfana y desamparada.
Al contemplar todo lo que me rodeaba la gente impasible ante aquella catástrofe silenciosa, las mismas risas de siempre, los mismos juegos, de lo más profundo de mi ser salió un impulso incontrolado de ira ante todo lo que me rodeaba, de sed de justicia y de odio a lo que yo misma soy.
Salió el sol de nuevo sin nada nuevo, desconexión, rabia e incomprensión y tras el día volvió la noche.
De pronto tú, amigo de años, mi viejo amigo, reapareciste en mi vida como una bocanada de aire cálido entre tanta frialdad, volvió la conexión, allí había alguien y no cualquiera, allí estabas tú, entre todos aquellos que aparecieron más recientemente en mi vida.
Todo ahora es distinto de cuando era niña, incluso el trato contigo amigo.
Algunas veces es la locura la que sale al rescate de la cordura para conservar el juicio
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