Estamos a un lado del camino,
observando, muchas veces desconfiados, los apartados, los diferentes,
los débiles, los que no encajábamos en sus leyes.
Nunca soportamos sus miradas
acusadoras, su ley del mas fuerte, nos rendimos a sus miradas y nos
apartamos de la manada.
Aprendimos a pasar hambre solos, a
caminar solos, a ser el depredador vencido, herido, humillado.
Vivimos en la noche como los nuestros
pero sin los nuestros.
También supimos del pacto roto y
fuimos traicionados. Aprendimos así a traicionar para sobrevivir
Pero siempre fuimos conscientes de donde veníamos, de nuestra
sangre, de nuestra carga, de nuestro sino y a pesar de todo y sobre
todo nunca olvidamos llorar a uno de los nuestros cuando nos deja.
La luna, que abarca la luz de la noche,
sabe de este secreto que anida en el corazón de cada uno de los
nuestros, sabe del dolor de la sangre y de las sombras en la noche.
Y suenan nuestros llantos en forma de
aullidos, desgarrando el corazón de las zonas escondidas de los
montes, por los que ya se han ido. Y ésto, este sonido, este llanto,
irónicamente, es lo que amedrenta al hombre, incapaz de cargar con
su propia angustia e incapaz de entender su propia alma salvaje.
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