viernes, 23 de mayo de 2014
miércoles, 14 de mayo de 2014
¿Qué te gusta de ti?
Hace unos días, ante el “incesante
optimismo” que me suele acompañar desde que tengo uso de razón,
un amigo me dijo;
-dime algo de ti que te guste, tras
pensarlo un rato le contesté
-¿mi oreja derecha?
-no, algo tuyo no físico, me replicó
Al momento sabía lo que no era físico
y me gustaba de mí, pero es algo que solo se siente, algo para lo
que todavía no he encontrado una palabra, algo que no se puede
definir, solo sentir.
Tic tac, -demasiado tiempo en
contestar, me dijo. Yo callé, como callo siempre en estas
situaciones.
Si no tratáramos de ponerle una
palabra a cada cosa, tal vez, hubiera entendido el significado de mi
silencio.
Se que ignoro muchas cosas.
Para los intelectuales puedo pasar por
una persona inculta y para los espirituales como una persona triste,
con demasiadas sombras y fuera ¿del camino?. Pero aun así me siento
una persona plenamente espiritual, aun sin conocer las religiones.
Creo que la gran memoria que he tenido
hasta hace unos años ha sido en parte responsable de este modo de
vida, tan a la vista y tan escondido.
Dicen que si quieres esconder algo de
ojos ajenos, solo tienes que ponérselo delante. Lo tengo más que
comprobado. Al final, solo encuentra el que realmente busca, y para
el que realmente busca, no es tan costoso encontrar.
Mi gran memoria me ha permitido seguir
siendo una niña durante toda mi vida, no olvidar esa forma de
sentir, recordar tantos detalles de tantas cosas. El único problema
es que de niña era una vieja, porque ya de niña recordaba tantas
cosas de a saber qué persona... pero eso es otra historia.
Para explicar el mundo tal como lo
entiendo voy a poner nombres, a mi manera, a las cosas y situaciones.
Por lo general me veo rodeada de ruido.
Para mi el ruido son las personas, los coches, las casas, los
comentarios, el asfalto, los relojes, las normas establecidas porque
si, los juicios, los prejuicios. La gente y las cosas de la gente.
Son como interferencias que me desconectan de lo que realmente me
gusta de mi, que curiosamente es algo que no es mio, aunque soy yo,
pertenece a todos o todos le pertenecemos.
No se si es hombre o mujer, dios o
diosa, porque invade con dulzura femenina y atiza con brusquedad
masculina, aunque generalmente la prefiero ella.
Dicen que las caídas tienen sus
recompensas, que enseñan lecciones y yo como nací ya vieja, ya
caída, viví con mi recompensa por adelantado, aunque a lo largo de
los años me fui dejando arrastrar por el ruido.
Recuerdo muchas veces en mi vida esa
sensación, pero recuerdo más especialmente una ocasión en la que
el ruido me aplastó por completo y mi cabeza empezó a rumiar con la
misma cabezonería de siempre la idea más oscura y recurrente, con
la que he aprendido a vivir.
Iba paseando por una playa del sur, con
todo mi ego hecho trizas. Era de noche y la luna llena brillaba en el
horizonte de la playa. Lloraba y miraba el agua, recordando un poema
de Bécquer.
Me sentía tan mal que pensaba que
podía llegar a llorar toda ese agua y más, y tonta de mi, se lo
contaba a la luna.
La tristeza se convirtió en rabia y la
rabia en odio y noté como el corazón golpeaba con fuerza, entonces
grité hacia dentro, sin hacer el menor ruido, como queriéndole
gritar a la arena de la playa, al agua y a la luna para que me
escucharan.
La casualidad quiso que en ese momento
se levantara una pequeña brisa que parecía acariciarme la cara, no
se por qué aquello me hizo sentir mejor.
Todo el ruido paró de repente. La
brisa siguió acariciando mi cara, mi pelo, mi propio pelo acariciaba
mi cara. El sonido de las olas era el único sonido que podía oír y
la luna, testigo de todo ello parecía iluminar mi noche.
Entonces sentí que mi percepción del
espacio cambiaba, era como si pudiera ver y sentir todo lo que me
rodeaba, incluido lo que estaba a mi espalda. Era como mirarlo todo
desde un sitio concreto, pero sentirlo desde todas partes. Noté que
todo eso era una presencia, una presencia que lo abarcaba todo y al
hacerme parte de ella me hacía sentir un amor indescriptible,
incluso por mi misma. Tenía los sentido totalemente despiertos, la
mente totalmente despierta, creo que podría haber volado con tan
solo haberlo pensado. Seguí el paseo y al llegar a los sauces, estos
mecieron también sus ramas acariciándome según pasaba entre ellos.
¡Dios!, era como si en mi desesperación hubiera dado un golpe en la
tierra y ésta hubiera despertado de repente y me hubiera contestado.
¿Estaba haciendo el amor con la
tierra?. Permanecí en esa especie de onanismo hasta que el ruido
poco a poco,me devolvió a la conciencia de siempre
No ha sido la única vez que me ha
pasado esto, aunque si es la que recuerdo con mayor intensidad.
En ese momento no pude contestar a mi
amigo pero es que el tiempo que tarde en ponerle palabras a una cosa
que al final quedará rebajada a eso, palabras, es solo más ruido, y
muchas veces prefiero saltarme las normas. Pero si, hay cosas de mi
que si que me gustan.
sábado, 3 de mayo de 2014
Hay una soledad terriblemente salpicada
de gente, tanta gente...
Hace tiempo, cuando todavía creía en
los cuentos, trataba de amasar amigos, como quien amasa una fortuna.
Pero el tiempo pone cada cosa en su
sitio y al final llega lo inevitable, la muerte, ya sea física o
simbólica, siempre hay un agujero esperando donde has de ser
enterrado.
No hace falta morir físicamente para
descubrir el olvido, a nadie le gusta salpicarse de sombra...
Te conviertes en una especie de ser
invisible, alguien a quien evitar, un enfermo de mundo.
La enfermedad de mundo es a veces
contagiosa, requiere de abrir los ojos, eso es algo terriblemente
doloroso y costoso.
Y en este trance uno está mejor en
silencio, ese silencio que requiere otro tipo de soledad, la soledad
buscada, aquella que no está llena de gente y ruido, donde te
encuentras a ti mismo y nada se espera de todo lo que bulle fuera de
ti. Nada.
Tras acudir a tu entierro como persona
individual y única en el mundo, decides no dar señales de la vida
después de la vida, ese será tu tesoro más preciado.
Dejarás de amasar gente y ruido y
sumarás silencios y una aparente quietud, mientras todo tu mundo
fluye dentro a raudales y el mundo fluye fuera ruidoso.
Hay una soledad silenciosa que acaricia
como la brisa en una calurosa noche de verano, mostrándote con cada
ráfaga, que no es posible la soledad cuando cierras los ojos,
prestas atención a tu espalda y conectas con todo, como si
desplegaras unas alas que abarcaran el universo.
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