¿Dónde estás?
Te pienso y te hablo, te escribo en el viento, único lugar donde sé que puedes escucharme.
No es que no tenga nada, es que me encuentro vacía en la extraña paradoja de sentirme llena de tu ausencia.
Sé que ya no estás y que no puedo llegar al lugar donde ahora habitas, mundo paralelo al que solo accedo a través de la intuición y de la fe y aún así no puedo encontrarte.
Puedo recordarte y hablarte, gritar agitando el viento y sentir un huracán, puedo avivar el deseo de tenerte otra vez a mi lado, prender fuego a los montes, incendiar la tierra solo por la necesidad de que vuelvas a estar otra vez conmigo siempre, como antes, fiel compañero y maestro. Puedo llorar tu falta en ríos y lluvias que inunden ciudades y almas y golpear la tierra con los latidos de mi corazón llamándote para anclar mi vida a tu existencia como hacíamos antes, pero no puedo encontrarte.
Me enseñaste a mirar mal a la vida cuando la vida me miraba mal a mí y a no poner nunca la otra mejilla.
Me mostraste en la práctica que la ética humana era solo una maniobra más de controlar el rebaño que el bien y el mal es relativo, que la fuerza del más débil reside en su interior, en su silencio y en su fe, a medir siempre desde abajo y que quien ha ganado la batalla de cuerpo para adentro ha ganado todas las batallas de la vida que estén por llegar.
Me ensañaste a mirar el mundo con los ojos cerrados y a soñar para crear.
Pero ahora no estás y aunque recuerdo todo, he olvidado cómo hacerlo.
Te escribo en mi diario de papel blanco con tinta blanca para llegar a tu mundo.
Extiendo la mano tratando de alcanzar ese lugar, donde existen los que ya no existen.
A veces prefiero sentir el mismo frío que sentí cuando te fuiste y dejar de sentir…
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario